26 juillet 2016

Del Comisionado de la Memoria histórica de Madrid

TRAS dar a conocer la semana pasada el resultado de sus primeras sesiones de trabajo [a propósito del cambio de nombre de las calles franquistas de la ciudad y la revisión de otros símbolos y monumentos relacionados con la guerra civil y la dictadura],  el conocido como Comisionado de la Memoira histórica de Madrid ha publicado hoy en El País este escrito que querría contribuir al deseado equilibro entre la justicia (sin la cual no es posible la paz) y el olvido (sin el cual no es posible la vida).

Suyo afectísimo Benito Pérez Galdós

Lo dicen los autores de esta magna obra [BPG. Correspondencia], Alan E. Smith, María Ángeles Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask: no es fácil reunir todas las cartas de un escritor, tampoco las de Galdós. Se hace en este tomo por primera vez: más de mil. Comparadas con las que escribió Unamuno, cincuenta mil, no son muchas, pero sí llenas de interés en persona tan gris y desdibujada como Galdós.
Las ha ido uno leyendo con atención, poco a poco, intrigado casi siempre. ¿Cómo era Galdós? Ninguna biografía de las que le han hecho, incluida la de don Pedro Ortiz Armengol, da con la persona. El personaje está más o menos esbozado, pero la persona no. ¿Tienen valor, pues, estas cartas? Más que ningún otro testimonio directo suyo. Él publicó, ya viejo, en la revista La Esfera, unas memorias a las que llamó precisamente Memorias de un desmemoriado, bastante decepcionantes: no cuenta casi nada personal en ellas. Se ve que él se intrigaba poco. Se lo dice a Clarín, cuando este le pide datos biográficos para un estudio que escribe sobre el novelista canario: “Me parece a mí que los escritores, valgan lo que valieren, deben poner entre su persona y el vulgo o público como una pequeña muralla de la China, honesta y respetuosa. Le aseguro a V. que siempre he tenido una repugnancia instintiva a la familiaridad (como no sea con una mujer guapa). Las confianzas con el público me revientan. No me puedo convencer de que le importe a nadie que yo prefiera la sopa de arroz a la de fideos…”. Dejando de lado las que le escribió a su amigo José María Pereda y a Clarín (estupendas), las mejores se las escribió a sus mujeres. Le interesaban mucho. Galdós, un solterón vocacional, fue también monógamo (más o menos). Conocía a las mujeres muy bien y de su pluma salieron algunos de los grandes retratos femeninos de la literatura española, y en todos los registros, de doña Perfecta a Fortunata, de Isidora la Desheredada a Tristana. Y por tal razón son precisamente las cartas a sus amantes, casi la mitad de este epistolario, lo más llamativo de él: faltan, claro, las que le escribió a la Pardo Bazán, pero están las de Lorenza Cobián, madre de la única hija que tuvo, las de Concha Morell, las de Teodosia Gandarias y las de Conchita Catalá. En todas observamos algo parecido: reserva, secretismo y generosidad (en realidad Galdós las mantuvo a todas ellas como mantuvieron a Fortunata algunos de sus protectores).
¿Y cómo son esas mujeres, hay un rasgo común en ellas? Sí, las quiere más que sumisas, discretas, cariñosas y ordenadas. A casi todas las exige silencio cuando no romper esas mismas cartas que les escribe. Y si empiezan a pedir cotufas en el golfo (lo que él no puede o quiere dar: matrimonio o, en su defecto, entronizaciones oficiosas), Galdós se impacienta, y aunque jamás pierde los nervios, acaba distanciándose de ellas y buscando el amor en otro “nidito”.
Por lo demás confirman el célebre aforismo pessoano: todas las cartas de amor son ridículas, pero más ridículo es quien no ha escrito cartas de amor.
¿Y se transparenta aquí Galdós? Desde luego. “Más que Homero o Dante me gusta acercarme a un grupo de amigos, oír lo que dicen, o hablar con una mujer o presenciar una disputa, o meterme en una casa de pueblo, o ver herrar a un caballo, oír los pregones de la calles…”, le dirá a Clarín, éste sí un literato. Y pese a lo discreto de las cartas, Galdós confirma en ellas la regla: nadie que no sea una gran persona, como él, puede escribir una obra en verdad grande y llena de vida. Sí, por estas cartas se ve que don Benito hizo honor a un nombre que parece puesto por él mismo. (Lo de la mala uva y el arte tiene mucho más prestigio, desde luego, pero es otra cosa. Ahí está, para confirmarlo, Valle Inclán, que profirió contra Galdós el insulto más injusto, gratuito y dañino, ejemplo una vez más de que lo que menos soporta un quevedesco es a un cervantino).
Darían estas cartas para escribir mucho sobre la naturaleza humana, el siglo XIX y los españoles. Pero bástenos para cerrar esta reseña esas palabras con las que Galdós se despide de una de sus amantes, un día en que estaba de especial buen humor… Porque se me olvidaba decir: Galdós tiene gracia por arrobas: ““Tuyo hasta la j[odía]… muerte”, le dijo a ella, y nos dice a todos cien años después.

    [Publicado en El País, Babelia, el 16 de julio de 2016]



24 juillet 2016

Las emociones fuertes

INCLUSO nuestros actos más irracionales obedecen a causas más o menos reconocibles. ¿Puede darse una explicación a las palabras de Putin? Aunque parecía únicamente un comentario exhibicionista (sólo doscientos de “sus” muchachos habían apaleado en una batalla campal a más de mil hinchas ingleses), iba encaminado sin duda a enardecer a todo “su” pueblo, preparándole acaso para batallas y guerras en verdad decisivas. Unos días después Gran Bretaña, en referéndum, decidía si quería permanecer o irse de la Unión Europea. Las semanas previas  a la consulta pudo olerse en todo el planeta el tufo de la adrenalina. A las pocas horas de conocerse el resultado la decepción llevó  a tres millones de británicos a pedir que se repitiera la consulta: el juego de la ruleta rusa es siempre decepcionante, sobre todo para el que pierde. No obstante los líderes populistas de medio mundo, de Trump a Le Pen, celebraron con alborozo el resultado, decididos a acabar con conquistas  y derechos que le costaron a la Humanidad “hierro, sudor y sangre”. Francia, sin ir más lejos, es lo que es gracias a los emigrados que buscaron en ella una patria ilustrada. Se ha sabido que la mayor parte de los partidarios del Brexit son gentes de instrucción nula o escasa. 

¿Y en España? Desde hace tiempo una parte de la población parece reclamar también sus emociones fuertes y hacer saltar por los aires el sistema, antes de comprobar si tiene arreglo. Cuarenta años “sin que pase nada” les parece una eternidad. Hemos llegado incluso a oír en tono jactancioso que “el pueblo tiene derecho a equivocarse”. No diría uno nunca que el yerro, la estupidez o la mentira fuesen un derecho, y se exhibe la ignorancia que trata de imponerse a los demás  (en referéndum, naturalmente). Se diría que a falta de guerras y revoluciones, sienten algunos nostalgia de emociones fuertes y espectáculos “grandiosos”. La vida como ficción.  Así la vivieron esos hinchas rusos aleccionados por su comandante en jefe. Así la vivió Alemania en 1933 (hasta 1945; y ¡en trece años, cuántos tristes récords!). Y así pretenden algunos que vivamos la nuestra, aquí y hoy, en Francia, en Grecia, en Austria, en los Estados Unidos, en Reino Unido, y siempre en nombre de las emociones fuertes... ¿Y después? Las reclamaciones al maestro armero.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 24 de julio de 2016]

11 juillet 2016

Las cosas por su nombre

ACABA uno de leer Más que palabras, un libro prodigioso. Lo es, en parte, por dos razones: trata de palabras y lo ha escrito un lexicógrafo y académico de la Real de la Lengua, razones ambas que, endiéndanme, son un poco disuasorias. Pero su autor, Pedro Álvarez de Miranda, es un sabio humilde (no hay ninguno de veras que no lo sea) y ha obrado el milagro: se lee con embeleso, como si le estuvieran contando a uno cuentos de las Mil y una noches. Las palabras, según en boca de quién, tienen ese poder, el de darnos a conocer el mundo, desde luego, pero también el de prolongar y guardar memoria del encantamiento y el misterio con el que viene a nosotros. ¿Y de qué trata ese libro? No se puede resumir: palabras raras, curiosas y olvidadas, expresiones, refranes, dichos... y en todos sus capitulillos siempre una iluminación risueña (tanto si es ligera, como en” biruji”, o extensa, como su cunqueriano paseo por “café”). Y ah, se me olvidaba: al contrario de los pedantes que nos dan la chapa a todas horas con lo mal que hablamos hoy día (en la Rae hay unos cuantos de esos pelmas que yo no sé cómo hablan, pero que escribiendo como escriben debieran acaso no cantearse tanto con la norma), Álvarez de Miranda nos hace creer a sus lectores que somos tan cultos como él, pues como a iguales nos trata. 

Y del mismo modo que las palabras suelen venir unas detrás de otras, también los libros que tratan de ellas, y tras el anterior llegó a nuestra mesa otro, Las palabras y la cosa, de Jean-Claude Carrière, admirablemente adaptado por Ricard Borràs y subtitulado “un paseo erudito y sugerente por las posibilidades eróticas de nuestra lengua”. Si el Diccionario secreto de CJCela acababa resultando un tanto pedregoso y barbárico, el de Carièrre-Borràs tiende a lo cortés: “La palabra coño, que viene del latín cunae/cunarum y significa cuna... es palabra que en sí misma me parece bastante bonita...” Traigo a colación esta frase por ese “bastante”. Cuánta delicadeza. Y, claro, sabía uno que a “la cosa” la hemos llamado de muchas maneras... pero no tantas, y eso desde que Adán la descubrió en Eva ese día en que la vida humana empezó a ponerse interesante y nosotros a llamar a las cosas por su nombre... y por otros muchos, es decir, el día en que empezamos a hacer literatura.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de julio de 2016]

3 juillet 2016

El misterio de unas fotos

Foto: Carlos Saura, El Rastro, 1960

ESPAÑA años 50 es el título de un libro de fotografías de Carlos Saura, el director de cine. Son fotos inéditas que acaban de publicarse. El libro, nos dice su autor, es desigual y la calidad de algunas fotografías podría ser mejor, pero en él descubrimos algunas memorables. Una de las mejores que se hayan hecho nunca del Rastro es suya, y viene en este libro. Aunque se tomara en el año sesenta* (para una reedición del libro de Gómez de la Serna), da igual (habla de lo elástico que es el tiempo y de cómo a veces vivimos en uno que no se corresponde con la Historia). Aparece en ella  un hombre mutilado, sin piernas. Se arrastra por la plaza de Cascorro sirviéndose de las manos. Unos décimos prendidos en el pecho le delatan como vendedor de lotería. Tras él se ven las botas de media caña y los faldones del abrigo de un guardia municipal con aspecto militar. Sí, un hombre demediado, la miseria, la lotería y las botas temibles de la autoridad: nadie podía haber retratado mejor aquella España con secuelas de la guerra civil por todos lados. 

Esa foto y todas las que van en el libro son, claro, fotos en blanco y negro. ¿Podría haber sido de otro modo? Y desde luego, silenciosas, pero no mudas.

Carlos Saura nos recuerda en un prologuillo breve y emotivo que su primera vocación fue la de fotógrafo, pero que el cine se cruzó en su camino. Es autor de cuarenta películas, nos recuerda. Las primeras, igualmente en blanco y negro, hablan también de los años cincuenta. Muchas las hemos visto. Se rodaron en España y puesto que se estrenaron aquí, hay que pensar que la censura franquista no debió de considerarlas demasiado peligrosas para el régimen, aunque se las conceptuara  como contestatarias y  de “denuncia”. ¿Pero dicen de aquella España y aquel tiempo más aquellas películas habladas y en movimiento que estas imáges silenciosas y fijas? Por supuesto que no. Diríamos que cuanto más silenciosas son estas, más elocuentes y emocionantes nos parecen. Con algunas de sus películas sucede al revés: quieren decirlo todo, pero para decirlo todo de una cosa, mejor es callar algo. Otras siguen siendo extraordinarias, pero el paso de los años no ha sido a veces benévolo con alguna de ellas. En cambio sí parece haberlo sido con estas fotografías. Ha respetado en ellas Saura el misterio de la realidad, ya saben, ese que se puede mostrar pero nunca demostrar, tanto más hondo cuanto más a la vista.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de julio de 2016]

* En la edición en papel de este artículo se lee: "en los años setenta", error inducido por Antonio Saura, quien en el prólogo a la edición de El Rastro, de Gómez de la Serna, aparecida en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2002, dice textualmente: "Allá por los años setenta tuve la suerte de que me encargaran ilustrar El Rastro, de Gómez de la Serna". La edición a la que se refiere Saura, Guía del Rastro, apareció en Taurus Ediciones, 1961. Las fotos debieron hacerse pues, como mucho, en ese 1961 o quizá 1960, y "en un par de domingos". El resultado es uno de los mejores trabajos fotográficos que se hayan hecho sobre el Rastro. Por cierto: la foto del mutilado a  la que me refiero no apareció en esa edición de 1961, pero sí en la de 2002. ¿Censura editorial, gubernamental? ¿Autocensura? Quizá el autor pudiera decirnos algo más de ella.