26 mai 2011

Chim en el Sinaia

Alguien te contó ayer que leyendo hace unos meses, en Méjico, el diario de a bordo del Sinaia vio el nombre de David Seymour Chim, autor de la fotografía de Rafael Alberti en la que este aparece con correaje de miliciano y en una de cuyas copias el poeta estampó, veinticinco años después, aquello de “la belle epoque”. No lo sabías. El nombre de Chim no figura en ninguna de las listas que preparó el Sere (Servicio de evacuación de refugiados españoles) y que tú viste en su día en la biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias. Habría subido al viejo carguero en el último momento por deseo expreso de su amigo Fernando Gamboa, el controvertido diplomático mejicano que preparó esa expedición, con el deseo de que documentara fotográficamente la travesía. Las fotografías que hizo, me informa Gabriel Sánchez Espinosa, se publicaron en Life, y otras, sobre el final de la guerra y los campos de refugiados, inéditas, acaban de descubrirse. Por las de Life aquello parece un crucero de placer y no un campo de refugiados flotante y hacinado al que la gente llegó enferma, destruida, diezmada por la desesperación de los que arrostran un destierro incierto y sin más porvenir que la pobreza que llevaban encima. La propaganda quería sin embargo otra cosa, y Chim se prestó a ello. Piensas ahora en R.G., que viajó en ese barco. Apenas contó dos o tres anécdotas de esos días, nada significativas, sólo impresiones que habían resistido el paso del tiempo: el calor sofocante de los sollados, las colas que se formaban en los lavabos, el viento que deshacía en fina lluvia el café, al serles servido este en cubierta. No estás muy seguro de que recordara si viajó con ellos o no Chim. Es probable que ni siquiera supiera quién era. Tan poca importancia daba a las cosas que no la tenían o que no le atañían directamente. Por lo demás ni David Seymour Chim era entonces el que llegaría a ser ni él mismo, R.G., estaba para atender esos detalles. No era más que un joven al que la guerra había roto la vida en mil pedazos. Viajaban en ese barco mil seiscientos refugiados con biografías y tragedias parecidas a la suya, y sin embargo eran, comparados con los cientos de miles que quedaban aún en Francia, unos privilegiados. Alguien te cuenta ahora que Chim viajó en el Sinaia, y un amigo te pone sobre la pista de Life, pero has de admitir que la muerte se ha llevado también esos recuerdos y que sólo la novela podrá intentar traer no ya un poco de sentido a la vida, sino algo de realidad a una historia que ya no lo es, algo real, convirtiéndose a sí misma en una pasta parecida a esa  con la que suplen en las vasijas antiguas de los museos arqueológicos los fragmentos desaparecidos.


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